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Un adiós agradecido

Dialogar, no discutir; conceder antes que ceder; confrontar mejor que enfrentar; respetar para así comprender; empatía por encima de simpatía; hacer y dejar hacer; compañerismo pero nunca corporativismo; confianza para afianzar frente a jerarquía para mandar; familia, amigos, profesión y compañeros por ese orden y ningún -quizá alguno- enemigo. Así, básicamente, desde el 16 de septiembre de 2005, momento en el que asumí la presidencia del Colegio  de Veterinarios de Castellón.

Hoy los estatutos pero sobre todo, la edad y el sentido común que suele llegar con ella, fuerzan esta despedida, que es más un gracias que un adiós. Si en algún momento rompí estos principios -que seguro que los hubo y más de uno- aprovecho estas líneas para disculparme. 

Las fechas me bailan -ser exacto cuando llevas tanto tiempo es muy secundario-  pero sí recuerdo que accedí al colegio de forma fortuita, sin buscarlo, porque había una vacante y alguien me llamó. Entré de la mano de José Vicente Ibáñez y así continué bastantes lustros más tarde, siempre a su lado, respetando su criterio, ese tan particular, sin medias tintas. Asumí entonces la difícil papeleta de responsabilizarme del área económica, lo que llevaba aparejada la vicepresidencia. Otra vez, sin quererlo, la inesperada dimisión de mi predecesor, Carlos Corona, me llevó a la máxima responsabilidad de esta corporación. Nunca la sentí así, siempre quise compartirla. No era mi voluntad, las circunstancias me empujaron y de esta manera, impulsado por esa inercia que da la confianza y el buen ambiente que siempre percibí a mi alrededor, repetí mandato tras mandato. 

Un periodo profesional tan prolongado no se sostiene, de hecho, si no hubiera sido así. Empezaré por citar a las trabajadoras del colegio: a María José, que ya apura sus días para jubilarse y que tiene para escribir un libro y a Laura, que entró al año de hacerlo yo. Siempre dispuestas, nunca una mala cara, sienten el colegio casi como su segunda casa.

Y claro, el equipo, mi equipo, nuestro equipo, cada cuál con su perfil, todos buena gente, de ahí que nunca hubiera necesidad de demasiados cambios. Olvidaré a alguien pssero mencionaré a los inolvidables: del Sr. Ibáñez, lo dicho pero añadan su esmero para cuidar hasta el último detalle a la hora de organizar eventos; de Ana Pascual, serena, metódica y exhaustiva; de Javier Balado, inteligencia, prudencia y saber hacer, se adelanta al problema porque en su cabeza se vislumbra siempre antes una solución; Jordi Bono, entusiasta, optimista, confiado a veces y divertido otras tantas, aporta esa perspectiva para desestresar situaciones; Natalia Gil, metódica, gran amiga, sorprende su manera de estructurar mentalmente las cosas; Vicente Betoret, otra cabeza bien amueblada, de los resolutivos, un sibilino artista redactando escritos y María Monfort, juventud, ganas de conocer y más aún de aprender, nos hizo aterrizar al resto en el siglo XXI.

Nuestra voz, la de nuestro colegio siempre se escuchó y se respetó como la que más en el Consell Valencià de Col.legis Veterinaris (CVCV). Con ninguno de sus presidentes he tenido el más mínimo roce. Gracias también a todo ellos/as.

Castellón es lo que es, ni más ni menos. Nunca quise que su colegio jugara en una categoría que no podía disputar. Tener una masa social detrás de menos de 400 colegiados limita pero también tiene sus ventajas. Aquí nos conocemos todos y a los que se incorporan se les da la bienvenida gustoso. La competencia entre clínicos no es destructiva, la precarización no es un mal tan acuciante. La armonía reina y en eso ciertamente también nos volcamos, de ahí que guarde tan buenos recuerdos de tantos San Francisco, de tantas jornadas, cursos y actos. Veterinarios que conviven, que comparten y empatizan hacen profesión.

Ése creo que es mi mejor legado. No haré balance de lo que logramos. Que otros juzguen, no soporto la autocomplacencia. Mi mujer, Montse y mi hijo, Pau, que tantos momentos  han renunciado por el colegio, bien lo saben. Son los otros miembros de la junta que no aparecen, aunque igual lo merecían. Sin su generosidad nada habría sido posible.

ARTÍCULO DE OPINIÓN DE LUIS M. GARGALLO, PRESIDENTE DEL COVCS